Los niños tienen que aprender a equivocarse y a conocer
el fracaso, no solo porque el error está presente en la vida de cualquier ser
humano, sino porque es altamente valioso para la estabilidad emocional y la
madurez.
Desde bebé, cuando el niño recibe un ‘no’ como
respuesta, comienza a entender que existen límites, que en este mundo hay cosas
que puede hacer y otras que no. A los 2 años, cuando por lo general comienzan
las pataletas, descubre que quiere hacer muchas cosas para las cuales aún no
está listo, entonces se fustra, siente rabia, emociones muy fuertes que no
identifica y con las cuales no sabe qué hacer.
Es importante que en esta etapa, los padres
acompañen al niño, le expliquen qué es lo que está sintiendo y le muestren cómo
solucionar el problema,
pero no deben evitar a toda costa que llore o
que no se sienta incómodo.
Uno de los errores más graves que comenten los
padres es no dejar que los niños obtengan resultados negativos. El pequeño debe
saber que no todo es perfecto y, lo más importante, debe aprender a solucionar
los problemas. Si no se enfrenta a ellos, tampoco sabrá nunca que él es capaz
de resolverlos, y parte de la buena autoestima y de la seguridad personal es
esa certeza de ser capaz, esa confianza en sí mismo y que se adquiere desde la
primera infancia.
No se trata de hacerles la vida más difícil a
los hijos, sino de permitirles conocerla como es y vivirla. Los niños que jamás han pasado por un problema suelen ser
inseguros, y probablemente serán adultos que les huyan a las dificultades. Los
niños que aprender a perder en los juegos, que viven el triunfo de otros,
también aprenden a reconocer fortalezas en los demás y, si los padres los
guían, a ser generosos y alegrarse por los éxitos del prójimo.
Tampoco se busca enfrentar a los niños a
tragedias o a problemas de adultos, el trabajo consiste en permitirles
equivocarse en su cotidianidad, en su día a día, y con tareas en su justa
proporción. Si un niño se pone bravo porque no es capaz de amarrarse sus
zapatos, por ejemplo, no le diga que eso es una bobada. Claro, para usted es
algo muy sencillo, pero para él es realmente importante. Este puede ser un gran
obstáculo en su vida y debe poder sobrepasarlo. Está claro que ningún padre
quiere ver sufrir a su hijo, pero es mejor acompañarlo en sus dolores y
lágrimas cuando niño para que aprenda, a verlo sufrir como adulto por no
sentirse capaz de vivir bien. Para no sobreproteger al niño, vivir el error
como parte de la vida y aprender de este, los expertos recomiendan:
• Cuando el bebé comienza a gatear o intenta
moverse hacia algún objeto, no se lo alcance, déjelo que mueva su cuerpo y se
desplace, así aprenderá el valor del esfuerzo y conocerá también la
gratificación de lograr lo que se quiere.
• No le dé todo lo que quiere ni todo lo que
busca. La palabra ‘no’ trae inmensos beneficios.
• Cuando el niño ya está en capacidad de
vestirse solo, de ponerse los zapatos, las medias, amarrar cordones, etc.,
déjelo que lo haga. Así quede mal arreglado, permita que él termine su tarea y
luego sí usted acomódele lo que quedó mal. Si él no lo logra después de
intentarlo, explíquele
cómo se hace.
• Si las cosas se le caen cuando ya está grande,
no se las recoja, deje que él lo haga.
• Si tiene sus primeras tareas en el jardín, o en el colegio, no las haga por él. Ayúdelo
si pregunta, pero jamás haga usted el trabajo para evitar que le pongan mala
nota o que le vaya mal. Él debe asumir su propia responsabilidad y saber qué
puede hacer. Además, debe valorar su trabajo. Si los padres le hacen todo, no
solo será perezoso sino que pensará que nada de lo que él hace tiene valor.
• Cuando algo le salga mal al niño, dígale que
todas las personas se equivocan, que es natural, que usted entiende sus
sentimientos. Invítelo a intentarlo de nuevo o, si esto no es posible, hágale
ver algún aprendizaje de la situación.
• Enséñele a reírse de sí mismo, a asumir los
errores
como parte de la vida y a pensar en soluciones.
No se las entregue todas usted.
• Si tiene problemas con los amiguitos en jardín infantil, o con los hermanos, fomente que ellos
busquen resolver las situaciones. Pregúntele qué puede hacer, deje que las
alternativas también sean su iniciativa.
• No menosprecie los problemas de un niño. Para
él puede ser tan importante pintar mal un pingüino, como para usted pelear con
su jefe.
• Cuando su hijo no logre armar un rompecabezas
o pintar como quiere, por ejemplo, muéstrele que puede pedir ayuda. Necesitar a
los demás no es sinónimo de debilidad.
• Los niños que creen que ellos y la vida son
perfectos, cuando tienen un primer traspié pueden frustrarse profundamente y no
saber qué hacer. Suelen ser aquellos muchachos que se derrumban cuando no pasan
en la universidad, o que se acaban cuando obtienen una mala calificación. Estos
niños pueden también esconder sus propios errores,
pues crecen pensando que sus padres solo merecen
ser amados si son perfectos.
• Varios estudios han demostrado que los niños
que no han fracasado, que creen que todo lo hacen bien, no toman riesgos, no se
le miden a cosas nuevas porque precisamente le temen al error, no saben qué
hacer con él, y no quieren exponerse a los resultados negativos.
• Cuando los niños aprenden a solucionar problemas, se adaptan más
fácil a la vida, se quieren más a sí mismos y, sobre todo, saben de qué son
capaces. Esto los hará más felices.
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